Una reflexió ara que s’acosten aquestes dates!!!!!


SANTA CLAUS.
Nuestros venerables ancianos siempre se parecieron más al abuelo Cebolleta, del 13 rue del Percebe, que a este vikingo de importación, a quien le acabó haciendo el traje un publicitario de la Coca Cola en 1931. Santa Claus se nos ha metido en casa no por la chimenea, sino por el televisor, contándonos que cada año venía del Polo Norte, cuando finalmente procedía de los grandes almacenes. En la aldea global es imposible sustraerse a un personaje que nos abre la puerta en las peluquerías, nos felicita la navidad en mitad de un anuncio de turrones o nos asalta cada año como personaje celuloide al lao de James Stewart o de Macaulay Culkin.

El personaje de Santa Claus está lleno de contradicciones: tiene una cadena de elfos en la fabricación de juguetes cuando en el mundo se prohíbe que los menores produzcan balones o muñecas para las multinacionales, posee una barriga propia de quien juga a la ruleta rusa con el colesterol como bala y no avisa a los controladores cuando cruza el cielo con su boeing de renos a pesar del consiguiente peligro para la navegación aérea. Pero, sobre todo, es la sofisticación de la leyenda de un arzobispo de las tierras del norte por el marketing, donde la mitra ha acabado convertida en un gorro polar. Eso no es bueno ni malo, es simplemente estraño a nuestra cultura. Y adesmás supone retratarse dos veces en ventanilla, porque luego llega el 6 de enero. Que esa sí resulta una tradición propia, además de una evocación bíblica de la sabiduría asociada al mestizaje.

MARIUS CAROL